POR JUAN CRUZ TRIFFOLIO

Advierte el versátil y apreciado amigo, José Miguel Soto Jiménez, en
un fragmento de su interesante obra “Dominicaneando, Los Tres
Nombres del Después de Siempre” sobre la connotación histórica y
alimenticia del apetecible plato de la culinaria criolla conocido
como sancocho.

Destaca que “nada ilustra mejor nuestra cuestión en cuanto a la
identidad nacional y nuestro desarrollo psicosocial”, que la figura
sacramental del suculento sancocho, la cual tipifica como “la más
popular de nuestra comidas típicas”.

Sostiene, además, el acucioso escritor y veterano militar, que el
referido caldo “nació por la combinación del “cocido español y las
viandas cubanas”, no sin antes recordar que la “conquista de Cuba
partió de Santo Domingo a partir de 1510, y antes de esa fecha, se
comía ya en Santo Domingo este alimento, y de aquí pasó primero
a todo el Caribe, para después llegar a tierra firme”.

Luego de mencionar los variados ingredientes que suele contener el
apetitoso y fortificante ajiaco, atendiendo donde se cocina, esta
especie de sopa criolla, con siete carnes o no, resalta que el
apetecible servicio culinario ha tenido, históricamente, “una
reputación subversiva”.

Recuerda el singular y expresivo Soto Jiménez que el exquisito
plato, llámese sancocho o un poco más fino, salcocho, como es
costumbre en otras latitudes, ha servido siempre para encubrir o
“camuflajear” reuniones de naturaleza subversiva, tratando así de

ocultar de los servicios de seguridad, cualquier intención
políticamente aviesa.

En procura de avalar con hechos irrefutables tal apreciación, el
otrora Secretario de las Fuerzas Armadas Dominicanas, Tte General
José Miguel Soto Jiménez, sostiene que a principios del siglo XX, “el
sancocho acompañado siempre de profusas libaciones de ron, con
merengue, con mujeres y aguardiente, en poblaciones como San
Francisco de Macorís, muy proclive a la reyerta personal, familiar,
colectiva y política, fue siempre el cenáculo de conspiraciones de
forma permanente, dirigidas por personas valientes, pero sin
propósito, como Sindo Colorado, Sabasito Burgos, los Paulinos
mentados, o los Jiménez, todos prácticamente revólver en mano
como en el Oeste americano”.

Aunque reconoce que en esa región del país no es posible
responder al afán estadístico, cuantificando el número de
“sancochos subversivos”, en esa época tan levantina que allí
reinaba, sí es posible evocar varios casos más para tener una idea
del condimento de la violencia en esa área del país.

Resalta el avezado escritor que durante el régimen de Ramón
Cáceres, el 15 de febrero del 1808, en Los Higüeros de Cotuí, “un
sancocho conspirativo con bautizo incluido para el sacramento del
único hijo de matrimonio del general Guayubin, en el marco de una
festividad proyectada para durar una semana y que incluía una
“junta” de generales, al parecer para tramar contra el gobierno de
turno, tales como Luis Tejera, Nicolás Pereyra, Manuel Pared,
Tancredo Savinon, Juan Espaillat, Emilio Sarita, Salvador Paredes,

entre otros, bajo la égida del anfitrión padre del bautizado, el
famoso guerrillero “Cirilo de los Santos”.

Evoca el autor en referencia que esa “festividad encubridora”
terminó en una tremenda tragedia cuando un cohete incendió
accidentalmente un saco de pólvora para un pequeño cañón
alegórico, destruyendo la casa, volando en pedazos al niño
bautizado, matando a varios de los complotados e hiriendo a otros,
incluyendo a Cirilo de los Santos, quien tiempo después moriría
ciego, inválido y destruido.

Tratando de fortalecer un poco más su tesis sobre el sancocho
como plataforma para la subversión, Soto Jiménez apunta que el
19 de noviembre de 1911, “el mismo día del asesinato del
presidente Ramón Cáceres, los complotados bajo la dirección del
general Luis Tejera, “conspirador impertinente, se juntaron bajo el
pretexto de un sancocho, en un campito situado en la ruta que
usaría el presidente en su habitual paseo dominical”.

Destaca que aun el mandatario percatarse de la presencia peligrosa
e intentar encontrar a alguien para disolver la reunión en cuestión,
los esfuerzos resultaron inútiles, concluyendo todo en un trágico
final fruto de una emboscada.

Siguiendo con sus narraciones en ánimo de resaltar el papel jugado
por el sancocho en algunas de las subversiones nacionales, el citado
intelectual dominicano subraya que “fue en un sancocho, en un
cumpleaños, en el que Modesto Díaz junto a otros amigos, le
propuso e involucró al general “Pupo Román”, secretario de las
Fuerzas Armadas, quien a partir de ese jervido quedó integrado en

el complot que iba a culminar con los sucesos del 30 de mayo de
1961”. Agrega también que “hay varios sancochos de por medio, en la
conspiración militar que originó la guerra de abril de 1965 y muchas
conspiraciones fallidas contra el régimen del doctor Balaguer,
durante los doce años, que se gestaron en sancochos”.

Como colofón de su reflexión sobre el caldo criollo abordado y sus
vínculos con movimientos sediciosos, insurrectos o revolucionarios,
el diligente investigador y estudioso de nuestra realidad nacional,
Soto Jiménez, subraya que fue en “un sancocho cumpleaños en una
propiedad campestre al Norte de la Capital, con merengues
trujillistas incluidos”, donde le cuesta el Ministerio de Interior y
Policía a un avezado político como Cotes Morales, durante el
gobierno de los diez años de Balaguer.

En definitiva, este fascinante plato de tubérculos, verduras,
condimentos y carnes, prieto o no, siempre ha sido y será un
motivo para la fiesta, el convivio humano y el entretenimiento,
entre otras actividades. Pero algo más, tal como lo expresa José
Miguel, es un reflejo fiel de nuestra identidad nacional, potaje
insurrecto de todos nuestros dilemas y de todas nuestras querellas.
Pero eso sí, siempre real y sobre todo, sabroso..!!

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