Por Danilo Cruz Pichardo.
Nunca he sido creyente religioso, pues desde muy joven me inclino por las ideas demostrables en la práctica, lo que me llevó a ser partidario del “positivismo” de Auguste Comte, corriente filosófica que solo reconoce el conocimiento emanado del método científico.
Mi creencia no me lleva, empero, a mostrar prejuicios hacia los practicantes religiosos, particularmente de los cristianos, los cuales constituyen una amplia mayoría en nuestro país. Nunca he discutido con ningún cristiano y contrariamente siento inmenso respeto por aquellos que practican lo que predican. Me consta que en las diferentes iglesias cristianas hay personas dedicadas al bien, que lo sacrifican todo para servir a los demás.
Pero no se puede dejar de observar que las iglesias están infiltradas por farsantes, exhibidores de poses, cuya práctica cotidiana está muy distante a la doctrina que enarbolan públicamente. Desde la época de los doce años de Balaguer acuden a misas generales matones, funcionarios corruptos y personas que delinquen en diversas áreas. Inclusive los narcotraficantes siempre están en primera línea de asientos y son mencionados y aplaudidos por sus donaciones. Los perciben como filántropos.
En las demás iglesias, también, hay muchas personas serias, pero abundan ministros (¡oigan ese nombre: “ministros”!) y pastores delincuentes, que, en el menor de los casos, “no dan un golpe”, pues viven de las donaciones de los feligreses. Otros son estafadores y violadores de niños y niñas, con la agravante que en ocasiones gozan de la protección de autoridades civiles o militares.
Ese es un problema de todas las instituciones, de todas las conglomeraciones, por lo que no podemos estigmatizar a las iglesias. Lo que no se les puede pasar por alto a muchos cristianos es ofender alegremente a los demás. Ellos se autodenominan “provida” respecto al tema del aborto, una forma de inferir que los demás promovemos la muerte.
No creo que haya dominicanos a favor del aborto, simplemente se aprueban condiciones especiales, como son las tres causales, las cuales cuentan con el aval de la ciencia médica. Todo lo que sea científico cuenta con mi apoyo, indistintamente de aspectos jurídicos y dogmáticos.
Hay que observar que el Artículo 37 de la Constitución, que prohíbe el aborto, inclusive en casos justificables, es el producto de la presión de sectores conservadores, empezando por las iglesias, las cuales han pretendido, además, imponer la lectura obligatoria de la biblia en centros educativos, a pesar de que la libertad de credo es un derecho consagrado en el Artículo 39 de nuestra ley sustantiva.
Estemos o no de acuerdo hay que regirse por la Constitución de la República. Y todos aquellos que abogamos por las tres causales tenemos que saber que hasta tanto no se reforme la carta magna, sobre ese particular, no será posible practicarlas en el país. Y que seguirán muriendo muchas mujeres pobres, porque las ricas resuelven de una u otra manera.
Por el momento no hay posibilidades de incluir las causales en la Constitución, porque en nuestro liderazgo político prevalece la irresponsabilidad y la hipocresía. Y la mayoría de nuestros legisladores aprueban las causales en el fondo, pero temen al voto de castigo de las iglesias.
De todos modos, no importa lo que establezca la Constitución ni la creencia de las iglesias, las tres causales son un aspecto científico, no jurídico ni religioso.
Estamos en un país donde los dogmas se imponen a la ciencia. Y adicionalmente se vive agraviando a los partidarios de la ciencia. ¿De qué provida es que hablan? No tengo estadísticas, pero me inscribo entre los que creen que con la prohibición del aborto terapéutico se promueve más, mucho más, la muerte que la vida.