Por Danilo Cruz Pichardo
El profesor Juan Bosch decía que una crisis económica crea una social y esta a su vez una última de carácter política. Esa tesis se ha confirmado durante todo el recorrido de la historia social dominicana.
Y para postergar estallidos sociales los gobiernos, muchas veces, apelan a empréstitos con organismos multilaterales, los cuales, aunque aumentan el porcentaje de la deuda externa con relación al Producto Interno Bruto, permiten evadir crisis inmediatas.
Algunos presidentes multiplican la deuda, dando una percepción de bienestar inmediato, aunque conscientes que se trata de una bomba que explotará en el futuro
Otros jefes de Estado optan por sincerar la situación de su país, como fue el caso del doctor Salvador Jorge Blanco en 1984, que ante un déficit fiscal se inclinó por una reforma recetada por el Fondo Monetario Internacional, la cual disparó los costos de todos los servicios y productos, empezando por los de la canasta familiar.
Al aumentar los precios, sobre todo de los alimentos, la población se indignó con el Gobierno, lo que aprovechó la oposición para planificar disturbios, los cuales se registraron los días 23, 24 y 25 de abril de 1984, obligando al presidente a tirar a miembros de las Fuerzas Armadas a reprimir las protestas, provocando un balance aproximado a las doscientas personas muertas.
Los disturbios no fueron espontáneos como creen muchos, fueron bien planificados por civiles y militares activos y en retiro, con la finalidad de desestabilizar al Gobierno constitucional. Y que los propios organismos de seguridad de la época estaban enterados, que el evento solo agarró de sorpresa al primer mandatario y a los líderes del PRD.
Además, el saldo de muertes pudo ser menor, pues muchos de los revoltosos pudieron ser apresados. Se sabe de personas, inclusive, que fueron asesinadas sin estar involucradas en protesta, lo que revela que los propios jefes de los cuerpos castrenses actuaron para dañar la imagen del Gobierno.
Jorge Blanco fue un hombre que mostró carencia de carácter. Y cometió el error de dejar sin funciones a los militares del Gobierno de don Antonio Guzmán, prefiriendo a oficiales balagueristas que fingieron fidelidad a su persona, lo que tuvo un costo final catastrófico en término político.
Este tramo histórico viene a colación por la situación actual que atraviesa el país. A Luis Abinader se le ha dicho muchas veces que con enemigos no se gobierna y no hace caso a nadie ni se refiere al tema en lo absoluto, por lo menos de forma pública.
Los planes desestabilizadores no son un invento. Son múltiples los acontecimientos ocurridos en esa dirección. Y con la agravante que se registran en medio de una indetenible inflación de productos de la canasta familiar, por un lado, y, por otro lado, ante una militancia del PRM excluida totalmente de la presente gestión, aspecto que tampoco nadie entiende y resulta un tema vedado, pues ningún funcionario se atreve a exponer sobre la problemática. La última en hacerlo fue la gobernadora de Monte Cristi y todos conocen las consecuencias.
No hay que ser profeta. Basta con valorar objetivamente la situación del país para que llegar a la conclusión que el futuro inmediato, desde el punto de vista político, no pinta nada bueno, que si no hay correcciones rápidas y oportunas podríamos estar ante una bomba de tiempo.