La sociedad dominicana exige de una inyección significativa de oxígeno para
sobrevivir.
Estamos saturados de tantas mentiras y falsedades en discursos huecos de
aquellos políticos que profesan la demagogia como una norma de vida.
Ya basta de tanta burla y escarnio ante aquellos que todavía creen en el fruto del sacrificio y el trabajo arduo y tesonero.
Es penoso que la transparencia y la honradez sean proyectadas como valores del pasado, inservibles en el presente.
Todo indica que el ambiente luce lúgubre y pesaroso con matices que obligan a evocar el caos y las desesperanzas.
El flagelo de la lacerante corrupción se encarna como un privilegio de unos pocos arrogantes, embriagados de descaro y con pretensiones de ser
eternos.
El presente dominicano obliga a la sosegada y profunda reflexión, alejada de las pasiones y el sentimentalismo, que conduce a una determinación
ciudadana asentada en el amor y el auténtico respeto a la familia y la patria.
Es hora de asumir un real compromiso, auténticamente patriótico, alejado
del populismo y la bullanguería y de todo aquello que engañosamente se
exhibe con el vestido de la piedad y el humanismo, encubriendo en esencia a unos lobos rapaces, responsables del sufrimiento y la miseria de muchos
dominicanos.
No es el momento de las improvisaciones propias de engendros paridos por
las diatribas, el rencor y la incubación de odios viscerales, representados en seres de limitada verbalización, estrecho razonamiento y por tanto, famélicos de los conocimientos básicos exigidos para la correcta dirección de la sociedad del presente.
Tampoco estamos obligados a responder positivamente a los prototipos
fecundados por turbias componendas y la acumulación espuria de riquezas
inexplicables a la luz de la honestidad y de una faena ejemplarizante de larga y tediosa trayectoria.
La francachela y la euforia propia del folclorismo político electoral no deben enturbiar el pensamiento y manipularnos en la toma de una decisión
ciudadana que conduzca a la acción prudente y necesaria Bajo ninguna circunstancia debemos legitimar el proceso de comercialización
de la democracia dominicana, con sus altas y bajas, al extremo de
permutarla por una risible porción de salchichón, un frasco de shampoo, una ridícula ración alimentaria o varias unidades de panes.
Ese nunca ha de ser el valor de nuestra conciencia.
Nada debe obligarnos a complacer las apetencias personales de quien
muestra, persistentemente, evidentes intenciones de reelección
promoviendo un engendro con características propias de marioneta de fácil
manejo, ante el aparente temor de una posible aplicación de justicia sin
ataduras al surgir un nuevo estilo de gobernanza.
Se acerca el momento histórico y patriótico de responder al llamado
inexcusable de participar con criticidad, responsabilidad y entusiasmo en la escogencia de un mandatario presidencial que verdaderamente garantice la confiabilidad y la seguridad de estar auténticamente comprometido con la misión de gobernar para todos, respondiendo, hasta donde las circunstancias lo permitan, al marco aspiracional que en materia de crecimiento y desarrollo requieren los dominicanos laboriosos, decentes y decorosos, en las facetas esenciales para la convivencia humana.
Es un deber ciudadano que, al margen del temor y el miedo que durante las
últimas semanas se busca imponer, sobredimensionando los efectos del
mortífero coronavirus, con el marcado interés de evitar una masiva
concurrencia a los colegios electorales, los dominicanos amantes de la
libertad y el respeto a los derechos humanos, estamos compelidos a asumir, contra vientos y mareas, no importando que para tal responsabilidad patriótica sea imprescindible arroparnos con gruesas frazadas, usar diversas mascarillas y guantes o, sin exageración alguna, confeccionarse una vestimenta de plástico para evitar el contagio, si es que de esa manera resulte necesario.
La prudencia ordena evadir las especulaciones y el pánico, concurriendo
masivamente a las urnas en donde, luego de una reflexión serena y una
decisión justiciera, debemos elegir las alternativas electorales más
convincentes y comprometidas con el futuro inmediato y sano del país,
sustentadas en los auténticos y valiosos principios éticos y morales.
Vayamos con disciplina y entusiasmo al certamen electoral sintiendo en
nuestros pechos los latidos constantes de los corazones nobles que motivan a nunca olvidar que lo más importante, en este momento y siempre, es tener presente nuestra patria hermosa y el sacrificio ejemplarizante de sus valientes forjadores.
Es hora ya de que en esta sociedad nos ejercitemos en el arte de lo posible, el arte de lo deseado y el arte de lo conveniente.
Demos el ejemplo..!!